
Desde hace seis años que paso, por lo menos, 4 horas a la semana sentada en el metro. Y pienso seguir haciéndolo... me gusta. Leo LUN, un libro, duermo, pienso, corro a sentarme cuando se desocupa un asiento, observo cuanto cartelito se me pase por delante, trato de aprenderme las estaciones de memoria. Pero sobre todo, veo y escucho... sí, y tengo que reconocerlo como uno de mis placeres culpables: yo escucho conversaciones ajenas, y es más, me meto e intereso en ellas.
A veces trato de evitarlo, pero no puedo. Tengo que mirar todos los detalles de la persona que va al frente mío, trato de escuchar lo que se escucha en sus audífonos, leo lo que lee el de al lado, estiro el cuello para saber qué lleva la señora de al lado en la bolsa y me concentro al máximo para poder seguir las conversaciones de las personas que van cerca, logrando dejar en un segundo plano auditivo los molestosos ruidos del movimiento de los carros.
Es así como me he llegado a enterar de los pelambres más crueles, de las peleas más fuertes, de los chistes más fomes, y también, de las conversaciones más vanales. Y así es, por que aunque la conversación no me incumba para nada y sea de lo más latera, algo pasa en mí que no puedo dejar de prestarle atención. Lo peor es cuando la conversación es divertida, porque me río y me pillan, y ahí sí que me da verguenza.
Ahora, cuando la conversación es entre gente "famosilla", ¡mejor aún! Hace un par de años me fui al lado de los integrantes de Lucybell. No me acuerdo de qué hablaban, pero sí recuerdo que estaban pasados a trago.
Hoy también fue un día de suerte. Me subí en la Escuela Militar, en uno de los últimos vagones, y al frente mío iba, nada más y nada menos, que la hija de nuestra futura "presi". Andaba con un chaleco negro cerrado de manga larga, blue jeans y zapatillas negras con cordones verdes. Tenía una mochila negra y estaba escuchando música. En mis adentros pedía que le sonara el celular y que fuera su mamá... pero no pasó nada. En el cambio de línea en Baquedano la perdí...
Llegué a la oficina y busqué una foto de ella en Internet, sólo para terminar con el 10% de duda que tenía de que realmente fuera ella. Definitivamente lo era... inconfundibles son su arito en la ceja y el alfiler de gancho que le colgaba de la oreja.
Es entretenido andar en metro, sobre todo si pillo asiento, si hay una buena conversación que escuchar, si el de al lado va leyendo las páginas más faranduleras de LUN, o si cerca va algún famosillo para mirar de pies a cabeza. ¿Para qué me voy a ir a la oficina en auto si en el metro lo paso tan bien?